La dama de II
Desde que nació AUGAS, habéis compartido conmigo todo tipo de experiencias y
anécdotas llevando los perfumes. Hoy soy yo quien quiero contaros una de esas historias
a vosotras. De paso, os invito a reflexionar sobre el impacto que tenemos en los demás
(aunque no lo sepamos), sobre esa huella que dejamos en ellos, lo que inspiramos… Y en
cómo a veces, llegaremos a “colarnos” en la vida de otras personas y de sus recuerdos.
Belén es seguidora mía desde hace muchísimo tiempo y cuando supo que había visto la
luz la colección AUGAS, hizo un pedido.
Estaba pasando momentos complicados ya que había dejado todo para cuidar a su
madre, que padecía Alzheimer. Os podéis imaginar, cambiar el traje por el estilo sport,
estar disponible 24 horas y lo más cruel de todo: ver como la persona que más amaba,
poco a poco iba dejando de ser ella. Momentos complicados.
Esa madre era Consuelo, Chelo para todo el mundo. Una mujer preciosa, coqueta,
siempre impecable, siempre anfitriona… Perfumada con Hermes y siempre maquillada.
Belén hizo que esa Chelo elegante y perfecta, nunca dejara de serlo exteriormente.
Yo no sabía que los enfermos de Alzheimer perdían la sonrisa. La de Chelo era preciosa,
de esas que iluminan, de esas cálidas que reconfortan. Y ver ese gesto constante antes
en ella, solo de cuando en cuando, fue más cruel todavía.
En la boda de su hijo, ella, como siempre, saludando a todos, preguntando por la familia,
aunque no recordara con quién estaba hablando.
En un momento Belén, siempre pendiente, como un ángel de la guarda, se percató de
que su madre tenía una expresión de estar perdida. Muy hábilmente, Belén le dijo que la
acompañase, que iban a retocarse. Le pintó los labios, le preguntó si le veía algún brillo…
y sacó de su bolso un vial de II.
_ Mami acércame las manos que te voy a echar perfume.
Pulverizó sobre ellas. Chelo se las llevó a la nariz y sonriendo le dijo “¡Mmm! Me
encanta”.
“Se le iluminó la cara” me dijo.
Al día siguiente, Belén, al terminar de arreglar a su madre, le puso su Hermès de toda la
vida. Sin embargo, en un momento del día, volvió a ponerle II. Chelo, automáticamente
hizo el mismo gesto: llevarse las manos a la nariz y exclamar “¡Mmmm Me encanta!”.
En ese mismo momento Belén decidió que II sería la nueva fragancia de su madre y dejó
el bote en su tocador.
Belén me contaba que su madre adoraba el buen tiempo y que cuando estaba el día gris,
Chelo parecía tristona. Así que cogía II, se lo pulverizaba y “por un segundo mi madre se
sentía reconfortada, feliz y sonreía”.
II fue su perfume hasta el final.
Ahora esa fragancia hace sonreír a Belén. Le trae a su madre a la mente, aunque siempre
la tenga presente. Le refresca los recuerdos.
Hace poco me escribió para decirme que no tuvo valor hasta ese momento para
contarme esta historia.
Esa historia también mía. Sin saberlo, formo parte de la historia de amor de una madre y
una hija. Soy parte de esos rayos de luz que Belén veía en su sonrisa en medio de la
oscuridad.
Lloré como hacía tiempo cuando supe de Chelo, la Dama de II.
Quisiera terminar esta historia diciendo unas palabras bonitas, pero es que no las tengo.
Se me pone un nudo en la garganta y solo pienso en lo tremendamente afortunada que
soy al formar parte de vuestras vidas.
Y más afortunada aún porque por ese “valor” que tuvo de compartir conmigo esta
historia, ahora conozco a una mujer extraordinaria, digna heredera de la belleza y el
corazón de Chelo. Y así se cierra el círculo. Ahora es Chelo quien nos hace sonreír a
Belén y a mi cuando charlamos por WhatsApp.
anécdotas llevando los perfumes. Hoy soy yo quien quiero contaros una de esas historias
a vosotras. De paso, os invito a reflexionar sobre el impacto que tenemos en los demás
(aunque no lo sepamos), sobre esa huella que dejamos en ellos, lo que inspiramos… Y en
cómo a veces, llegaremos a “colarnos” en la vida de otras personas y de sus recuerdos.
Belén es seguidora mía desde hace muchísimo tiempo y cuando supo que había visto la
luz la colección AUGAS, hizo un pedido.
Estaba pasando momentos complicados ya que había dejado todo para cuidar a su
madre, que padecía Alzheimer. Os podéis imaginar, cambiar el traje por el estilo sport,
estar disponible 24 horas y lo más cruel de todo: ver como la persona que más amaba,
poco a poco iba dejando de ser ella. Momentos complicados.
Esa madre era Consuelo, Chelo para todo el mundo. Una mujer preciosa, coqueta,
siempre impecable, siempre anfitriona… Perfumada con Hermes y siempre maquillada.
Belén hizo que esa Chelo elegante y perfecta, nunca dejara de serlo exteriormente.
Yo no sabía que los enfermos de Alzheimer perdían la sonrisa. La de Chelo era preciosa,
de esas que iluminan, de esas cálidas que reconfortan. Y ver ese gesto constante antes
en ella, solo de cuando en cuando, fue más cruel todavía.
En la boda de su hijo, ella, como siempre, saludando a todos, preguntando por la familia,
aunque no recordara con quién estaba hablando.
En un momento Belén, siempre pendiente, como un ángel de la guarda, se percató de
que su madre tenía una expresión de estar perdida. Muy hábilmente, Belén le dijo que la
acompañase, que iban a retocarse. Le pintó los labios, le preguntó si le veía algún brillo…
y sacó de su bolso un vial de II.
_ Mami acércame las manos que te voy a echar perfume.
Pulverizó sobre ellas. Chelo se las llevó a la nariz y sonriendo le dijo “¡Mmm! Me
encanta”.
“Se le iluminó la cara” me dijo.
Al día siguiente, Belén, al terminar de arreglar a su madre, le puso su Hermès de toda la
vida. Sin embargo, en un momento del día, volvió a ponerle II. Chelo, automáticamente
hizo el mismo gesto: llevarse las manos a la nariz y exclamar “¡Mmmm Me encanta!”.
En ese mismo momento Belén decidió que II sería la nueva fragancia de su madre y dejó
el bote en su tocador.
Belén me contaba que su madre adoraba el buen tiempo y que cuando estaba el día gris,
Chelo parecía tristona. Así que cogía II, se lo pulverizaba y “por un segundo mi madre se
sentía reconfortada, feliz y sonreía”.
II fue su perfume hasta el final.
Ahora esa fragancia hace sonreír a Belén. Le trae a su madre a la mente, aunque siempre
la tenga presente. Le refresca los recuerdos.
Hace poco me escribió para decirme que no tuvo valor hasta ese momento para
contarme esta historia.
Esa historia también mía. Sin saberlo, formo parte de la historia de amor de una madre y
una hija. Soy parte de esos rayos de luz que Belén veía en su sonrisa en medio de la
oscuridad.
Lloré como hacía tiempo cuando supe de Chelo, la Dama de II.
Quisiera terminar esta historia diciendo unas palabras bonitas, pero es que no las tengo.
Se me pone un nudo en la garganta y solo pienso en lo tremendamente afortunada que
soy al formar parte de vuestras vidas.
Y más afortunada aún porque por ese “valor” que tuvo de compartir conmigo esta
historia, ahora conozco a una mujer extraordinaria, digna heredera de la belleza y el
corazón de Chelo. Y así se cierra el círculo. Ahora es Chelo quien nos hace sonreír a
Belén y a mi cuando charlamos por WhatsApp.